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Cosas del barrio - Boletin informativo nº 2 Especial 25 Aniversario

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Me gustaría vivir en el campo, concretamente en un lugar de Extremadura llamado "Los Molinos", de singular belleza.

A los ojos del visitante, este paraje encantador, aparece como una extensa llanura de distintas tonalidades verdes: Prados de margaritas y otras florecillas silvestres, dan la sensación de estar viendo una enorme alfombra pintada por ágiles pinceles. Al fondo, separados por un arroyo, una cadena de montes ondulados, unidos entre sí, se elevan desafiantes. En otra época me los imagino pardos, tristones. Hoy gracias al Patrimonio Forestal se hallan cubiertos de pinos que se cimbrean al viento; quizá agradecidos por su ropaje nuevo al recordar su desnudez o abandono de otros tiempos.

No falta la pequeña ermita que con el tañir de su campana, recuerda sus deberes de cristianos a todos aquellos campesinos humildes de aspecto, pero gigantes de espíritu. Y, la escuela, donde sus hijos reciben una cultura, acorde con el tiempo.

La vida en el campo comienza cuando el sol como una enorme bola de fuego aparece en el horizonte. Suena el tintineo de las campanitas del ganado, el balar de las ovejas, el canto de los gañanes y flota en el aire algo misterioso que te empuja irresistiblemente a salir fuera, escalar los montes, respirar el aire puro y meditar largas y ansiadas horas.

Al siguiente día de mi llegada a este lugar, no me sentía extraña, era una más entre ellos. Me encontraba identificada con sus costumbres, con sus agradables charlas, impregnadas de amor a la tierra que les había visto nacer, que les daba el sustento de cada día. Admiré desde el primer momento la pureza de sus costumbres, la sencillez de sus vidas, la delicadeza que emanaba de sus personas al indicarte senderos por donde andar, paisajes que podías contemplar o cuando a la sombra de un árbol se disponían a reparar fuerzas, su amabilidad y generosidad al ofrecer su comida.

Cuando caminaba por la vereda de regreso a casa, he visto sus cuerpos sudorosos, encorvados, como tallos aplastados por un sol abrasador del medio día, han venido a mi mente los poemas de Chamizo, porque somos "asina", somos pardos, del color de la tierra.

Y en las noches dulces, claras, sentadas en la butaca, miraba sin cesar las estrellas, la luna blanca. Adormecida por el canto de los grillos y el croar de las ranas, soñaba por momento ser poeta y poder así llenaros de alabanzas.

Después de mis vacaciones, de regreso en la ciudad, encerrada entre bloques de viviendas, que casi me impiden ver el cielo, me he puesto a meditar. Que empequeñecida me he considerado, que sola, aislada y perdida me he sentido en este nuestro mundo lleno de filosofías que nos materializan, de religiones que nos confunden, de ciencias que no ayudan a la humanidad porque la destruyen. Me he sentido llena de culpabilidad por nuestras ambiciones desmedidas, por la falta de respeto y consideración a los demás, por nuestras vidas vanas, y a veces sin sentido. Y, es entonces cuando he deseado con toda el alma haber nacido entre vosotros, vivido y tenido a mi alrededor un mundo como el vuestro, para estar unidos en el trabajo, el dolor, la justicia y la verdad. Resaltando la parte más noble que dignifica al hombre: Su espiritualidad.

Maruja Manzano